Capítulo Segundo
La atestiguación por parte del Dasein de un poder-ser propio y la resolución
—Entonces, ¿qué es lo que hace que, en la cotidianidad, sea posible un “hacerse auténtico”, esto es, un poder-ser propio?—
§54. El problema de la atestiguación de una posibilidad existencial propia
Se busca, pues, un modo de poder-ser propio del Dasein (poder-ser-sí-mismo) que: (a) sea atestiguado por el Dasein, (b) que tenga sus raíces en el ser del Dasein.
Aquí “sí-mismo” [“Selbst”] responde al quién del Dasein, tal mismidad [Selbstheit] es una manera de existir y no refiere a un ente “ante los ojos”, es decir, no es un estado. De manera regular, el Dasein no es sí-mismo sino uno-mismo [Man-selbst]. El tránsito del uno-mismo al sí-mismo propio es una modificación óntica.
En efecto, de manera ordinaria el Dasein se encuentra perdido en el uno, es decir, ya decidido su poder-ser fáctico, pues el uno le quita la decisión al Dasein respecto de tareas, reglas, estándares, la urgencia y el alcance del estar-en-el-mundo; tal elección de las posibilidades “tomada” por el uno permanece oculta para el Dasein quedando indeterminado quién es el que elige, enredándole así en la impropiedad lo cuál sólo puede revertirse si el Dasein se recupera del estar perdido en el uno.
Recuperarse es traerse de vuelta desde el uno al sí-mismo, es la transición. Este traerse de vuelta debe tener aquel modo de ser cuya omisión había hecho que el Dasein se perdiera en la impropiedad, es decir, la recuperación se lleva acabo como una reparación de la falta de elección posibilitándose por primera vez y cada vez: el elegir, el decidirse, el poder-ser desde la mismidad.
Pero antes el Dasein habrá de encontrarse pues está perdido en el uno, para ello habrá de mostrarse a sí mismo en su posible propiedad, esto es, habrá de atestiguar el poder-ser-sí-mismo: la voz de la conciencia. Este fenómeno originario del Dasein ya ha sido cuestionado y su función ha sido apreciada de formas diferentes, así como ha sido interpretado de varias formas lo que la conciencia dice.
Heidegger analizará la conciencia desde una investigación que apunta hacia una ontología fundamental la cual es previa a una descripción y clasificación psicológica de las vivencias de una conciencia moral, es ajena a una explicación biológica que disolvería el fenómeno, y se distancia de la teología que buscaría una demostración de la existencia de Dios.
La conciencia es un fenómeno del Dasein, es en el modo de ser del Dasein, es un hecho en y con la existencia fáctica. Exigir una prueba de ella implica la idea errónea de que esta sucede sólo a veces. La conciencia no puede ser probada debido a su heterogeneidad ontológica —no es posible someterla a las prácticas de la verdad como correspondencia que buscan lo igual—.
La conciencia abre, da a entender “algo”, lo cual nos remite a la aperturidad del Dasein que está constituida por la disposición afectiva, el comprender, la caída y el discurso. La conciencia es una llamada que, como un modo del discurso, convoca a despertar su más propio ser-culpable [Schuldigsein]. A tal llamada corresponde la posibilidad de escuchar, la comprensión de la llamada es un querer-tener-conciencia; aquí tenemos el acto de hacer la elección de un ser-sí-mismo: la resolución.
§55. Los fenómenos ontológico-existenciarios de la conciencia
La conciencia pertenece al ámbito de los fenómenos que constituyen el ser del Ahí en cuanto aperturidad. La conciencia abre. Es mediante la aperturidad que el Dasein tiene la posibilidad de ser su Ahí. El Dasein está para sí mismo, con su mundo, inicialmente y regularmente de una manera que ha abierto su poder-ser en términos del “mundo” del que se ocupa, pues la condición de arrojado del Dasein le entrega siempre, en cada caso, a posibilidades determinadas, por medio de la disposición afectiva a la que le pertenece con igual originalidad el comprender; de esta forma el Dasein “sabe” lo que pasa con él mismo, de lo que es capaz, en la medida en que (a) se ha proyectado hacia las posibilidades de sí mismo o (b) ha sido absorbido de tal manera en el uno, que ha dejado que tales posibilidades se presenten (el Dasein puede escuchar a los otros en cuanto un ser-con que comprende) de la manera en que el uno las ha interpretado. Al escuchar al uno-mismo desoye su propio sí-mismo. Para poder oírse primero habrá de encontrar al sí-mismo que ha desoído. La escucha del uno habrá de ser quebrantada, el Dasein deberá recibir la posibilidad —aquí no hay voluntad o agencia— de un escuchar que interrumpe, para lo cual se requiere una interpelación que despierte otro tipo de escucha enteramente distinto al escuchar al uno-mismo. Mientras este último aturde en el “bullicio” y la ambigüedad de la siempre “nueva” habladuría, la interpelación es silenciosa e inequívoca sin dejar lugar a la curiosidad. La conciencia es aquello que nos da el comprender —que abre— llamando silenciosamente.
En el llamar de la conciencia en la que vemos un modo de discurso no implica una locución verbal, la escucha no es un oír sensible sino un dar-a-entender algo, una apertura que trae un momento de sacudida y contuinidad y que alcanzara al que quiera ser traído de vuelta a sí-mismo.
§56. El carácter de la conciencia como llamado
¿Acerca de qué habla la conciencia, cuál es su discurso? ¿A quién interpela? La conciencia interpela al Dasein, el llamado de la conciencia abre el mundo del Dasein, para que éste quede abierto para sí mismo de suerte que el Dasein se comprende desde siempre. El uno-mismo, ocupado en su ser-con es alcanzado por la llamada. El Dasein es llamado hacia el sí-mismo propio, no hacia lo que él representa —y por lo que el hombre contaría a modo de narración: este soy yo, que inclusive se diría a sí mismo como análisis de su “vida interior”—, hacia lo que mundanamente es para los otros y para sí mismo. Sólo el “mismo” del uno-mismo es interpelado, con lo cual el uno se viene abajo. Este uno ávido de consideración pública es alcanzado y reducido a cosa sin importancia. El “mismo” pierde su refugio y es conducido por la llamada hacia sí mismo. El sí-mismo interpelado es aquel que sólo es en la forma del estar-en-el-mundo.
¿Qué dice la conciencia al Dasein? Nada, no da información, no tiene nada que contar ni pretende abrir un “diálogo consigo mismo”, sólo es llamado hacia su más propio poder-ser, le despierta, le llama hacia “adelante”, hacia sus posibilidades más propias.
La llamada no es oscura ni indeterminada, habla en la modalidad de silencio, fuerza al Dasein a guardar silencio sobre sí mismo.
La apertura es inequívoca, la dirección a la que apunta es certera, pero la interpretación es conforme a las posibilidades de comprensión del Dasein. Los “errores” nacen por la manera en como es escuchada la llamada, porque se le lleva a un monólogo negociador.
¿Quién es el que llama? ¿Cómo se comporta el interpelado respecto al que llama? ¿Cómo se concibe ontológicamente esta relación en cuanto conexión entitativa?
§57. La conciencia como llamada del cuidado
La conciencia llama al sí-mismo del Dasein desde su estar perdido en en uno. El sí-mismo permanece indeterminado y vacío en su “qué” pues el Dasein deja de lado la forma en que regularmente interpreta lo que es él. El que llama también se mantiene indeterminado; no responde a las preguntas regulares con las que se interroga a alguien sobre quién es ni ofrece la posibilidad de que el Dasein encuentre alguna familiaridad con qué comprender de manera “mundana” lo que el que llama es. Aquello que hace el llamado se mantiene a distancia de cualquier forma de familiaridad pues no es de su ser el que pueda contemplarse o discutirse; esto es una distinción positiva pues da a conocer que el que llama se agota en su convocar a…, que sólo es escuchado como tal sin más, entonces, ¿para qué seguir preguntando quién es? El que escucha no necesita preguntar, pero el análisis ontológico sí; la respuesta queda tan clara para el Dasein como que evidentemente la llamada es a él mismo: el Dasein se llama a sí mismo en la conciencia. Ontológicamente esta respuesta no es suficiente. El Dasein —“al tiempo”, en el instante— está presente de dos maneras diferentes: el que llama y el llamado; entonces, ¿no será el que llama el poder-ser-sí-mismo más propio?
La llamada no puede ser planificada ni llevada a cabo voluntariamente por nosotros mismos. La llamada acontece contra toda expectativa y contra la propia voluntad, pero no es hecha por alguien más que esté conmigo en el mundo. La llamada viene de mí y, sin embargo, de más allá de [über] mí.
El haber pensado la voz como una potencia lleva, siguiendo esta interpretación, a adjudicarse la potencia a un poseedor o a considerarse tal potencia como la manifestación personal (de Dios). De otra forma, podríamos rechazar la llamada como manifestación de un poder ajeno y explicarla en términos biológicos. Lo anterior salta por encima de la constatación fenoménica (que la llamada que procede de mí y de más allá de mí, se dirige a mí) que debemos mantener. Sería una precipitación metodológica si siguiéramos una tesis ontológicamente dogmática: lo que es de manera tan efectiva como la llamada, tiene que estar-ahí, presente ante la mano, y lo que no puede ser objetivamente demostrado como algo presente ante la mano, no es.
Si bien la facticidad del Dasein se distingue de la facticidad de lo que está presente ante la mano, esto es, el Dasein no se encuentra a sí mismo como presente ante la mano dentro del mundo; su condición de arrojado no le da un carácter de inaccesible pues como arrojado se encuentra en la existencia.
El Dasein es fácticamente, lo que es puede estar oculto respecto a su por qué, aunque el que se encuentra abierto para el Dasein y se revela constantemente en la disposición afectiva en la que cada vez el Dasein se encuentra —el que no puede ser explicado, tal inasibilidad deja al que como apertura indeterminada y así viniendo—. La disposición afectiva revela en mayor o menor medida el qué tan explícito o propio frente a su “lo que es y de que ha de ser en cuanto poder-ser” es; pero además, la disposición afectiva cierra regularmente el estado de arrojado, pues el Dasein huye de ella buscando alivio en el uno-mismo —huida ante la desazón del estar-en-el-mundo en su aislamiento, huida ante la angustia, huida ante la nada del mundo—.
La aperturidad más elemental del Dasein arrojado se revela como la disposición afectiva fundamental de la angustia, llevándolo ante la nada del mundo. El Dasein se angustia ante ese poder-ser más propio. ¿Y si el que llama fuese el Dasein que se encuentra en lo profundo de su desazón?
Desde una perspectiva “mundana”, nada puede determinar quién es el que llama. El que llama es el originario y arrojado estar-en-el-mundo experimentado como un estar fuera de casa —de lo familiar del cotidiano uno-mismo y por ello para el Dasein es una voz desconocida—, el que llama es experimentado como el desnudo “que” en la nada del mundo. El Dasein se llama y no se ofrece nada que pueda comunicar a otros, ¿qué podría decir sobre ello estando en medio de la desazón? ¿Qué le queda sino el poder-ser-sí-mismo, revelado en la angustia? Sólo puede haber una llamada y esta se da en el modo de callar: la interpelación al poder-ser del Dasein. La interpelación saca al Dasein de la habladuría pública, llama al silencio del poder-ser existente. ¿Qué es lo que llama tan sin lugar a dudas sino el desamparo en el cual está abandonado el Dasein a sí mismo?
La desazón, aunque encubierta cotidianamente, es el modo fundamental del estar-en-el mundo; desde este modo llama el Dasein como conciencia que en la forma de discurso refiere como “algo me llama”. Esta llamada tiene el tono de la angustia y cada vez que acontece el llamado es siempre como la primera vez porque la llamada viene del ente que soy cada vez yo mismo. La conciencia se revela como la llamada del cuidado y tiene su posibilidad ontológica en el hecho de que el Dasein es cuidado. El Dasein es interpelado por sí mismo en cuanto llamado a su más propio poder (anticiparse-a-sí).
Desde una interpretación mundana, la conciencia pasa como una conciencia universalmente válida, una conciencia pública, que habla de una forma que no es precisamente subjetiva, que habla en el sujeto como algo indeterminado. Esta conciencia universal, que es la voz del uno, es una invención dudosa a la que llega el Dasein porque la conciencia es en su esencia en cada caso mía, porque el llamado viene de un ente que cada vez soy yo mismo, esto es, la subjetividad se opone al dominio del uno-mismo y resuelve el llamado como una objetividad, un algo.
Hasta aquí, sólo se ha intentando trazar la conciencia como fenómeno del Dasein desde la constitución ontológica de éste como preparación para el hacer inteligible la conciencia como atestiguación en el Dasein de su más propio poder-ser. Ahora habrá de delimitarse el carácter del escuchar que corresponda genuinamente con la llamada: la comprensión propia desde la cual puede entenderse la conciencia, pues la llamada no se da en el vacío.
¿La conciencia funciona solamente de manera crítica o da algo positivo? ¿De dónde procede la interpelación, de los “remordimientos” o de la “tranquilidad” de la conciencia? Con la anterior caracterización ontológica general de la conciencia es posible entender que la llamada de la conciencia acusa al Dasein de ser “culpable”. Todas las experiencias de la conciencia coinciden con que hacen que la voz hable de alguna manera de “culpa”.
Bibliografía:
Heidegger, Martin. El ser y el tiempo. Tr. José Gaos. México: FCE, 1971.
—Ser y tiempo. Tr. Jorge Eduardo Rivera C. Madrid: Trotta, 2009.
—Being and Time. Tr. Joan Stambaug. New York: State University of New York, 1996.
—Being and Time. Tr. John Macquarrie y Edward Robinson. Oxford: Blackwell Publishers Ltd, 1962.